El Olimpo: Batalla entre dioses y gigantes

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miércoles, 20 de abril de 2016

Pegaso

Era un caballo alado que nació de la sangre de la gorgona Medusa, de cuyo cuello salió Pegaso cuando el héroe Perseo la venció y mató. Al poco tiempo de nacer, Pegaso dio una coz en el monte Helicón y en el acto empezó a fluir un manantial que parece ser la fuente de la inspiración divina y se consagró a las musas.

Animados por este hecho y por el carácter mágico del magnífico caballo, fueron muchos los que intentaron atraparlo, aunque sin mucho éxito. Sin embargo, para Belerofonte, atrapar a Pegaso fue una obsesión. Belerofonte, que era príncipe de Corintio, pasó la noche en un templo de Atenea siguiendo el consejo de un adivino y ésta se le presentó de madrugada con una brida de oro, indicándole que con ella podría atrapar a Pegaso, como así fue. El manso caballo se convirtió en una gran ayuda para Belerofonte que lo empleó en sus muchas aventuras contra las amazonas y la quimera, monstruo horrendo.

Una vez henchido de orgullo Belerofonte, intentó subir hasta el Olimpo, y allí, Pegaso lo dejó caer. Como  castigo a tan atrevida aventura, los dioses lo castigaron a  vagar sin rumbo por el mundo eternamente. Pegaso se quedó en los establos del Olimpo y se convirtió en el medio de transporte del trueno y el rayo de Zeus. Luego se convirtió en la constelación que lleva su nombre con las cuatro brillantes estrellas que forman el cuadrado de Pegaso.

El caballo alado se convirtió en el corcel de las musas y de ahí pasó a ser símbolo de la inspiración poética.



Suele representarse como un caballo con alas en color blanco o negro. Cuando realiza el vuelo mueve las patas como si corriera por el aire. En el Renacimiento suele ser representado montado por Perseo, aunque realmente Perseo nunca llegó a montarlo, pues para desplazarse utilizaba sus sandalias con alas.