El Olimpo: Batalla entre dioses y gigantes

El Olimpo: Batalla entre dioses y gigantes
El Olimpo: Batalla entre dioses y gigantes

jueves, 14 de mayo de 2020

Janto y Balio

Eran dos caballos inmortales hijos de Céfiro (dios del viento) y la harpía Podarga. Poseidón, antiguo pretendiente de Tetis, le regaló estos caballos especiales como presente de boda para Peleo y la nereida Tetis. Con el tiempo fueron heredados por su afamado hijo Aquiles  y exhibidos en la Guerra de Troya por sus maravillosas habilidades. Los dos eran inmortales y además, la diosa Hera le había proporcionado el don del habla a Jano. 

Tras la muerte de Patroclo a manos de Héctor, Aquiles reprochó a sus caballos por no haberlo llevado de vuelta, episodio que narra Homero en la Ilíada, canto XIX, 400/424:

"¡Janto y Balio, afamados vástagos de Podarga!
¡Obrad de otro modo y cuidad de traed a salvo a vuestro auriga
con la multitud de los dánaos cuando nos saciemos de combate!
¡Y no me dejéis allí mismo muerto como a Patroclo!"
Y he aquí que bajo el mismo yugo el corcel de variopintas patas,
Janto respondió. De repente inclinó la cabeza, y toda la crin
cayó de la almohadilla a lo largo del yugo hasta llegar al suelo.
Hera, la diosa de blancos brazos, le había dotado de voz humana:
"Todavía esta vez le traeremos a salvo, vigoroso Aquiles.
Pero ya está cerca el día de tu ruina. Y no somos nosotros
los culpables, sino el excelso dios y el imperioso destino.
No ha sido por nuestra lentitud o indolencia por lo que 
los troyanos han quitado a Patroclo la armadura de los hombros.
El dios más bravo, a quien dio a luz Leto, de hermosos cabellos,
lo mató delante de las líneas y otorgó la gloria a Héctor.
Nosotros dos podríamos correr como el soplo de Zéfiro,
que dicen que es el más raudo de los vientos. Pero tu destino
es sucumbir por la fuerza ante un dios y ante un hombre."
Tras hablar así, las Erinies le privaron de voz humana.
Muy enojado, le respondió Aquiles, el de los pies ligeros:
"!Janto¡ ¿ Por que´me auguras la muerte? No te hace falta. 
Bien sé también yo mismo que mi destino es perecer aquí,
lejos de mi padre y de mi madre. Pero, a pesar de todo, 
no pienso parar hasta saciar a los troyanos de combate."
Dijo, y gritando guió al frente los solípedos caballos.


A estos mismos caballos ató Aquiles al difunto Hector por los tobillos y los arrastró extramuros de la ciudad de Troya.

"Entonces, después de uncir bajo el carro los ligeros caballos,
ataba el cuerpo de Héctor tras la caja para arrastrarlo,
le daba tres vueltas alrededor del túmulo del Meneciada muerto
y se volvía de nuevo a la tienda a descansar, dejando a aquel
extendido de bruces en el polvo."

La Ilíada de Homero , canto XXIV, 14/18.